viernes, 20 de agosto de 2010

Inducir a la vida universitaria

Si se trasladara a las actuales condiciones sociales el reto planteado por la Esfinge a Edipo, esta dejaría de inquirir cómo el ser humano se mueve, por medios propios o apoyado, en diferentes momentos de su vida. La versión actual del enigma preguntaría ¿cuál es el animal que por la mañana vive preparándose para el atardecer; por la tarde, sin embargo, se esfuerza preparando su anochecer; pero, una vez llegada la noche, soñará con el amanecer?
Al menos la versión antigua del edípico reto concedía al animal humano una volición que nos lo insinúa caminando en y por los diferentes estadios de su vida: un ser-en la actividad presente. Sin embargo desde la actualización sugerida, todo movimiento dejaría de tener sentido como caminar en y por los momentos vitales aquí y ahora, para sujetar lo vivido en función de allá y entonces: un ser-en lo pasado o futuro.
Efectivamente, el escamoteo operado por las actuales formas socialmente dominantes respecto a vivir el presente, plantea no pocos retos sobre la forma en que la inducción a la vida universitaria debería impactar a quienes participamos de ella.
Cualquier sondeo informal sobre la importancia de los estudios superiores podría revelarnos un dato inquietante: en buena medida, el paso por la universidad es percibido como preparación para una adecuada inserción en el mercado laboral. Estar en la universidad, pues, no significaría movimiento en presente sino preparación para lo que, mercantilmente, está por venir.
Si el momento universitario forma parte de un itinerario cuyo fin lo comprende tan solo en cuanto preparación para un determinado atardecer, la inducción a la vida universidad podría verse reducida a la difusión de prescripciones relativas al ser humano, acordes de manera más o menos explícita al porvenir vespertino que aguarda a miles de estudiantes, es decir, al recurso humano en preparación. En tal caso, el pasaje universitario sería un trámite inherente al funcionamiento normal de las cosas.
Pero inducir no solo es prescribir de entrada una forma particular de vivir dentro de la normalidad general. Inducir es también tentar, molestar con provocaciones, incitar.
El poco piadoso ejercicio de la tentación, contrario siempre a las buenas costumbres por su controvertido brote de dudas, quizá sea por ello capaz de provocar alternativas frente a la sagrada univocidad de casi todas las expresiones de vida actuales; incluida la forma de estar y ser en la universidad.
Tanto la inducción prescriptiva como la inducción provocadora tocan al pensamiento y la acción. Pero mientras aquella propendería a la reproducción de lo habitual, la segunda promovería el cuestionamiento (y de ser posible la ruptura) epistemológico y metodológico, esto es, a nivel del conocimiento vital y del proceso por el cual se ha llegado a y se pone en práctica dicho conocimiento.