lunes, 28 de febrero de 2011

Educación y desarrollo... ¿Por aparte?

El desarrollo es el gran mito de la sociedad.
Alejandro Swabi (Líder comunal indígena)



La educación como proceso antropológico supone en sí misma desarrollo.
Lamentablemente, ambos conceptos suelen tratarse por separado y, peor aún, definirse según ciertas fórmulas impuestas desde los centros de poder que velan, de acuerdo a lo experimentado en nuestro diario vivir, por el afianzamiento de sistemas políticos y económicos míticos.
La educación, en su más radical sentido, es desarrollo de la potencialidad humana. Y la característica básica de la potencia humana es la transformación.
Por ello la educación si es auténtica rebasa el adiestramiento técnico: más bien incita al cambio, toca la sensibilidad, provoca la acción y en esa provocación estimula el devenir de lo humano.
Sin embargo, las desigualdades sociales no pueden ser suprimidas por planes de educación sustentados en cierta metafísica estadística, según la cual la meta radica en sostener a cualquier costa a los estudiantes dentro del sistema para disminuir los índices de deserción. En otra dimensión, las desigualdades tampoco se eliminan al aplicar de forma ingenua metodologías constructivistas que pretenden "horizontalizar" las relaciones entre docentes y estudiantes. En buena medida, esa mistificación estadística y esa ingenuidad metodológica imperan en la educación de nuestro tiempo.
El reto que ante este panorama se plantea no es minúsculo. ¿Cómo podemos, desde nuestro rol docente, incidir de alguna forma en devolverle a la educación su fundamental dimensión antropológica? ¿De qué manera podríamos hacer de la educación una experiencia de vida integral?
Los niños, jóvenes y adultos que participamos de diferentes procesos educativos debemos ser promotores de cambios pertinentes. Esto significa que, sin caer en las falacias de un activismo sin sentido o en el cinismo de una actitud pesimista, debemos plantearnos modestos objetivos de cambio, o lo que es lo mismo, modestas metas educativas. La modestia aquí radica en la capacidad concreta de los cambios propuestos. Por ejemplo, si la lectura para los jóvenes estudiantes es entendida como un engorroso deber limitado al análisis sin sentido, debemos apostar por que se convierta en una actividad de diálogo estético y de indagación ética que parta de las condiciones concretas vividas por el estudiantado. Quizá de esa manera, al incentivar no un hábito sino un deseo por la lectura, la potencialidad de reflexión activa de los estudiantes les permita trabajar por el desarrollo de sus ideas y actitudes ante la vida.
En ese sentido, el desarrollo como problema económico va más allá de la simple generación de riquezas: mientras las riquezas construidas por mano de obra calificada (en términos "educativos") solo sirva para atascarnos en modelos de convivencia social masificante; mientras nuestro país le apueste a una educación tecnicista encargada de proveer a la maquila sofisticada del recurso humano necesario, la métafísica estadística podría situar a nuestro país en los más altos índices de "desarrollo". Eso sí, contaremos, acaso, con una masa obrera bien educada pero desposeída de aspectos básicos de su humanidad.
La educación nos debe llevar al encuentro de nosotros mismos en cuanto seres racionales, activos y capaces de reconocer que el desarrollo es humanidad y solo es posible en comunidad.