miércoles, 28 de julio de 2010

Ética y postmodernidad

Presentación

En el mito de la Torre de Babel, baja del Reino Celeste un designio que a partir de entonces marcará a la humanidad con el signo inexorable de la divergencia. Por alguna razón, el loco intento por alcanzar la divinidad producirá rupturas en la monolítica empresa de aquél Babel genético que de pronto veríase plagado de las más disímiles miradas, gesto y lenguajes. ¿Quién ahora iba a poder estar codo a codo con Dios si nadie en ese momento sabía explicarle a los otros lo que un codo és? Para un escéptico, la escena no sería otra cosa que un libertino carnaval de suposiciones mientras la Torre, más baja que alta, amenazaba aplastar sus constructores. Este mito intenta exponer, y lo logra con magistral contundencia, la segunda bendición que la humanidad recibe de la Divinidad genitora: la divergencia. El progreso a la larga es una expansión horizontal, simétrica pero divergente: un “Big Bang” ontológico donde los seres tienden a perpetuar el universo en la medida en que la dispersión genera nuevas posibilidades de vida, o de muerte...
Creo que el mito de la Torre de Babel, sin ser un relato petulante, ni morboso, ni de apariencias eruditas como muchos escritos científicos de hoy , es la expresión más “postmoderna” en la historia humana. O mejor dicho, no ha habido nada tan postmoderno cual la Torre de Babel: heterodoxia, esperanza en la caída del imperio babilónico, aguas agitadas y tormenta de tábanos siempre preguntando más. La supuesta imposibilidad para definir cosas se rinde ante el poder de un mito como este que sin mucho circunloquio ilumina las imágenes precisas, y, en ese sentido, esta presentación, incluso, está de más: remito al lector al libro de Génesis 11. 1-9.
Este trabajo apenas comienza y ya puede verse cuánta postmodernidad hay hasta aquí. Espero no predisponer al lector. Valga la intención. Pero efectivamente eso que algunos llaman postmodernidad no puede estar ausente aquí. Siendo así, si una presentación como esta es prescindible, una justificación sería escandalosa: demasiado repugnante: me abstendré de ella. Baste decir que un trabajo de este tipo está remitido al futuro porque si los datos presentados y la discusión son insuficientes entonces tiene el lector en sus manos unas páginas elásticas que se prolongarán mutatis mutandis.
Se ha dividido el contenido de este documento con la intención de que no parezca lo que es. Por ello se ha clasificado la información en cuatro secciones de las cuales la I y la II en realidad deberían ser la misma, pues en la primera se plantean dos tesis que a lo mejor durante el trayecto se abandonan por otras mejores, o acaso se pulen más... ¡No sé! El caso es que si acabaran intactas, entonces este trabajo debe ser mejorado; la segunda es como la justificación teórica de la parte I y el lugar de donde se sostendría el resto del estudio; sin embargo, ambas partes pueden leerse separadas de la III que se dedica a desarrollar algunos elementos del horizonte postmoderno y su indomeñable concepción. Y la sección IV no es sino un escueto movimiento intestinal, una breve apertura de la piel para un espíritu que acaso incómodo se quiere estirar: esta sección podría leerse como prolongación de esta presentación. Inmediatamente después de esta parte podrá encontrarse bajo el epígrafe de “bibliografía” la lista con las víctimas del plagio... que como la mayoría de los plagios, es lícita so pretexto de alcanzar la erudición.
Advierto que esta presentación, cual debe ser una verdadera presentación postmoderna, puede ser rehecha por el lector quien decidirá si lo hace desde ahora o aguarda a finalizar la lectura de este documento.

I

Cuando Fromm (1966) reconoce el aporte freudiano al conocimiento de la naturaleza humana pero lo acusa de relativista con relación a los valores que deberían regir la vida, lo hace avalado en el planteamiento de la interdependencia entre las producciones científicas de la Psicología y las fórmulas éticas, puesto que “… la Psicología no solamente debe desbancar juicios éticos falsos, sino que además de eso, puede ser la base para la elaboración de normas válidas y objetivas de la conducta” (Pág. 9). Y, en ese sentido, resultaría inadmisible para el autor que la teoría freudiana solo aportara en el desvelamiento de las falacias éticas que incubó la sociedad victoriana, sin plantearse el segundo problema. Lo mismo dirá de Jung a quien, pese haber reconocido el vínculo de la Psicología y la psicoterapia con los dilemas filosóficos fundamentales del ser humano, Fromm le recusa el carácter reaccionario de sus tesis que se mantuvieron relativistas. Pero no podría seguirse de lo mencionado por Fromm que las vertientes freudiana y jungiana por relativistas fueron sistemas asépticos, libres de cualquier juicio de valor o de una prístina participación en las sociedades de su época. De alguna forma toda producción científica se enmarca en las condiciones sociohistóricas y culturales en que nace y tomará partido por alguna ideología vigente. Esto es lo que da pie a Reich para iniciar las relaciones entre marxismo y psicoanálisis, de forma que “… acercó a las clases populares el conocimiento y la terapia psicoanalíticas, circunscritas hasta entonces al usufructo de una minoría burguesa” (Reich, 1993: 4-5). Es decir, la Psicología al estar vinculada con la ética promocionará una determinada visión de mundo que va a estar en contacto con la praxis que articula su desarrollo. Si una Psicología se abstiene de formular juicios morales vendría a inscribirse en el positivismo ético donde los objetos resultan neutros, aunque esto no implica en manera alguna que la dicha Psicología esté fuera de todo marco cultural, pues incluso, y esto se puede agregar a los planteamientos de Fromm, la pretendida objetividad de Behaviorismo, en su advenimiento, se inscribió en un proyecto donde “El deseo de predecir, controlar y adaptar era inherente a la sociedad que acogió gustosa la oferta para un eventual proyecto social – niños convertidos en diferentes especialistas según el arbitrio científico -, que el mismo Watson, al mejor estilo utópico, propusiera en cierta ocasión” (Ulloa, 2000).
Psicoanálisis y Behaviorismo: psicologías cuyas concepciones humanas forman parte de cosmovisiones en las cuales surgen y se desarrollan en tanto fórmulas científicas. Se ha hecho alusión a estas dos corrientes en aras de ilustrar cómo, siguiendo lo dicho por Fromm, la Psicología al postular una determinada perspectiva antropológica establece una relación dialéctica con la Ética, pues desde sus supuestos podría desbancar o reforzar juicios éticos, sin que ello implique su partida desde los márgenes de una ética culturalmente determinada. Es una articulación circular: Ética – Psicología – praxis – Ética. Puede formularse también de esta manera: principios filosóficos sobre el comportamiento humano – teorías científicas sobre el comportamiento humano – aplicación de los postulados teóricos – vuelta sobre los principios filosóficos. Atendiendo esto se plantearán las siguientes tesis que guiarán este trabajo:
1- Si como menciona Marlasca (1997) “La ética no es algo aislado, sino que forma parte de una totalidad que solemos llamar cultura” (Pág. 22) es plausible sostener entonces que habría una ética correspondiente a la época que se ha dado en llamar postmodernidad y que diferiría de las éticas propuestas en épocas anteriores.
2- Luego, si hay una ética que se podría denominar postmoderna, esta permeará la perspectiva que sobre el ser humano va imbricándose en las actuales corrientes psicológicas; es decir, en lo que se entiende ahora por Psicología.
El devenir dialéctico mencionado más arriba evidenciaría que la ética y la psicología que se pudieran denominar postmodernas, habrían resultado de un proceso de negación de aquellas identificadas en la modernidad. Pero en primera instancia habrá que discutir sobre qué es la postmodernidad y qué tipo de ética le es correspondiente para dar por sentada la primera tesis.

II

Sin embargo, no sería posible continuar adelante sin antes clarificar algunos conceptos que se han venido utilizando acá y que, por amor al orden, deberían definirse al menos parcialmente. El primero de ellos ya implica una polémica lo suficientemente extensa como para pretender acotarlo acá con carácter definitivo, y lo mejor será advertir que la concepción brindad estará ulteriormente abierta a discusión.
Provisionalmente Marlasca (1997) entiende la ética “…como una disciplina que nos enseña cuál debe ser el comportamiento correcto del ser humano” (Pág. 19), para luego presentar una división entre ética como moral vivida llamada también éthica utens, y ética como saber teórico o éthica docens. Ambas dimensiones de la Ética, por llamarlas de alguna forma, no están separadas en la realidad sino que tal distinción tan solo pretende poner en perspectiva dos niveles en los cuales participaría lo que el autor entiende por ética. Esos dos niveles estarán comprendidos en un universo que vendría a estar conformado por la cosmovisión filosófica; cosmovisión inserta en marcos histórico-culturales que la influyen aunque no la determinan por completo. Las intenciones normativas de la ética deberían partir, pues, de las concepciones vigentes en los marcos culturales y los juicios que a partir de ellos el ser humano emite respecto a sí mismo, a los otros y a los objetos que conforman el cosmos del que participa. Empero, debe señalarse que la éthica utens se acerca con mucho a lo que para Cortina (1994) no es tarea de la Ética: “Indicar a los hombres de modo inmediato qué deben hacer” (Pág. 29). Para la autora, la confusión de ética con moral y la eclosión dentro de las preocupaciones cotidianas de algunos sectores sociales de aquella primera, habrá rondado situaciones en que la ética aparece como código sobre el quehacer inmediato o revista a la historia, posiciones asumidas y usos lingüísticos de las tradiciones éticas, con lo cual se la despoja de su propiedad fundamental en tanto filosofía moral: “El quehacer ético consiste, pues, a mi juicio, en acoger el mundo moral en su especificidad y en dar reflexivamente razón de él” (Pág. 32); dado que se transita de la moral a la ética por un cambio de nivel reflexivo: “(es) el paso de una reflexión que dirige la acción de modo inmediato a una reflexión filosófica, que solo de forma mediata puede orientar el obrar; puede y debe hacerlo” (Pág. 30). Es así como las pretensiones normativas de la ética tendrán efecto vinculante en cuanto está remitida a la posterioridad, en la medida en que la reflexión sobre lo moral demuestre la inadecuación de esta con la cosmovisión que se recrea históricamente. Esto es lo que permite a la ética realizar la crítica a los sistemas morales vigentes. Habría sin embargo que distinguir la Ética de otros intentos críticos por establecer nuevos tipos de moral. Así, cuando Reich menciona que “toda reglamentación moral es negadora de vida y la revolución social no tiene otra tarea (…) que la de posibilitar, por fin, la satisfacción de las necesidades humanas de sexualidad natural” (1993: 51); está efectuando una consideración moral, a pesar suyo, pues está atenida a una determinada concepción sobre el ser humano y no tendría consecuencias, por ejemplo, para la moral de otras culturas que no sean las que critica el autor. La ética más bien “Tiene que dar razón filosófica de lo moral: como reflexión filosófica se ve obligada a justificar teóricamente porqué hay moral y debe haberla, o bien a confesar que no hay razón alguna para que la haya” (Cortina, 1996:31). Es decir, habrá de atenerse a la moral como fenómeno universal situando la elaboración filosófica en el ámbito de los argumentos que universalmente pueden ser aceptados.
El punto de vista sostenido hasta aquí supone que la ética se refiere al comportamiento humano desde un nivel de reflexión diferente al de, por ejemplo, la moral ola ciencia, sin olvidar que dicha reflexión se nutre de productos y resultados de éstas sin estar circunscrita a ninguna en particular; y, por supuesto, en acuerdo con la posición frommiana, que los problemas éticos a su vez interpelan las particularidades tanto de la moral como de la ciencia, con lo cual, aquellos cambios que se produzcan en alguno de esos niveles repercutirá en los otros. De tal articulación dialéctica se sigue que es posible entender por ética un saber comprometido con el comportamiento humano, de pretensiones normativas, que funda sus razonamientos en principios – verbigracia, la libertad – y fines – cual la felicidad – y cuyos postulados se ponen de acuerdo con la cosmovisión filosófica y cultural, para producir enunciados de índole vinculante.
En ese sentido, es ético preguntarse por los aportes científicos a los problemas del ser humano, y por supuesto la ciencia debe preguntarse por el influjo que la moral tiene en el comportamiento humano, moral a su vez interrogada como fenómeno universal por la ética. Fromm lo planteo así: “Los problemas de la ética no pueden omitirse en el estudio de la personalidad, ya sea en forma teórica o terapéutica. Los juicios de valor que elaboramos determinan nuestras acciones y sobre su validez descansa nuestra salud mental y nuestra felicidad”(1966: 9). Como se podrá haber notado, por los alcances y límites del presente trabajo, la alusión a la ciencia trae consigo implícita la mención a la Psicología en tanto disciplina científica que aborda desde su perspectiva los aspectos relacionados al comportamiento humano: la Psicología sería productora de conocimientos al respecto, pero ella a su vez está inserta en los mismos marcos culturales que determinan en gran medida los constructos morales y que influyen en las pretensiones de la ética. Si se decía con Cortina que a la moral corresponde la orientación inmediata del obrar humano, puede mencionarse con Freiría (1999) que “A su vez, la Psicología puede aparecer como fuente de normas de conducta, una especie de filosofía moral del presente, asentada en el conocimiento psicológico” (Pág. 53). La idea que se colige de aquí, es la de que igualmente la Psicología en sus intenciones normativas tendría un carácter de inmediatez avalado por su institucionalidad sociocultural en tanto disciplina científica, es decir, sus postulados en lo inmediato tendrían derivación científica mientras los morales la podrían tener en lo religioso.
De todas maneras, la Psicología fue hasta hace relativamente muy poco un apéndice de la Filosofía, y en la época de los pensadores griegos la distinción entre una y otra apenas era tratada. Esto quiere decir que la Psicología, ora como rama filosófica, ora como disciplina con estatuto científico, siempre ha abordado las problemáticas atinentes al ser humano, quizá con mayor especificidad a la explicación del obrar humano desde lo que vendría a constituir su psique. Por supuesto tales intentos explicativos variaron a lo largo de la historia y es por ello posible hablar de una historia de la Psicología. (Freiría, 1999: 101-109). Cualquier intento por definir que es la Psicología estará presto al debate y, de todas formas, no es intención entrar en tales asuntos en este trabajo. No obstante, en un intento en un intento de síntesis y para evitar apariencias peregrinas respecto al tratamiento que se le dará al concepto de marras, cabe señalar que cuando se habla de psicología podría entendérsela como el conjunto de conocimientos que ocupados del ser humano y en particular de su comportamiento individual, social y cultural desde diversos niveles de análisis, intenta comprender y proponer pautas comportamentales que fundamenten la vida humana. Es así como para Freiría “La Psicología actual(…) reconoce al ser humano como responsable de sus actos y pone como condición para ello el conocimiento, la conciencia que el hombre debe alcanzar de sí” (Pág. 82). Para este autor, la vida humana tiene por fundamento la responsabilidad que se sigue de la adquisición de conciencia de sí. No es posible descuidar además de las concepciones de lo que es la Psicología, sus objetos y los conocimientos que produce, están íntimamente vinculados al marco cultural en que se ubica y, por lo tanto, resulta plausible advertir que todo cambio cultural repercutiría en sus posiciones.
Desde finales del siglo pasado se han estado produciendo una serie de agitados cambios respecto a lo que fue denominado como la Modernidad, cambios que han redundado al decir de Quesada (1998) en “la cultura del gesto, de la pose, de la parodia” y en un defendido derecho a la inmoralidad (Págs. 153-155), idea que se puede apuntalar con lo que Marlasca apunta sobre el relativismo y el subjetivismo característico de la postmodernidad donde no se podría hablar propiamente de una ética sino de muchas basadas en la concepción axiológica de cada cual. Esto insinúa que el momento histórico cultural que ha dado en llamarse postmodernidad implica variantes en la cosmovision con que se ha percibido el Siglo XXI lo cual, obviamente, viene a tener repercusiones no solo en la ética y la moral, sino también en los feudos de la ciencia.

III

No hay absoluta claridad a la hora de definir que sea la postmodernidad. Bertens (1995) menciona que desde 1950, con el advenimiento del postmodernismo a diverso círculos culturales: artes, lingüística, arquitectura, ciencias sociales; se han escrito avalanchas de artículos que pretenden abordar el tema desde diferentes niveles de abstracción conceptual, con lo que el asunto ha tendido ha complejizarse: “Se refiere, en primer lugar, a una serie de estrategias artísticas antimodernistas que emergen en los 50’s y se desarrollan sobremanera en los 60’s” (Pág. 3. Todas las citas textuales sobre este autor son versiones del original ingles mías). Otra perspectiva plausible esta revestida de la “nueva sensibilidad” provocada por las actitudes contraculturales de los años 60, adonde convergen el eclecticismo, las aspiraciones democráticas y el rechazo a los representantes de la exclusividad y la represión. Hacia los años 70 se agregarían los aportes de pensadores que Bertens llama deconstuccionistas y, posteriormente, los posestructuralistas, con quienes se introduce la critica a las nociones fundamentales del discurso humano y los emparejamientos foucaultianos entre poder y conocimiento y el influjo de estos en la constitución del sujeto que se reconocería en la otredad del discurso (Bertens, 1995: 6-8). En este nivel de conceptualización es donde el postmodernismo aparece como visión de mundo que es valorada en dos formas por “algunos comentaristas quienes distinguen entre un “buen” deconstruccionismo, el cual suele confundirse llamándolo postmoderno, y una “mala” versión a la cual endilgan la etiqueta de “postmoderna” (Ibid.: 8). Es así que el desarrollo mismo de la postmodernidad habría estado matizado por una serie de movimientos socioculturales que de alguna manera irían abonando el terreno par tiempos en que las cosmovisiones padecerían serias rupturas con elementos correspondientes a épocas anteriores. Las posiciones incubadas por movimientos antimodernisitas evolucionarían en una nueva sensibilidad que pretende desnudar a partir del llamado a la deconstrucción de los discursos hegemónicos, los elementos de opresión que a través de la “Cultura” permean la subjetividad humana. Las minorías deberán unirse y pelear en ese sentido: década de los 70, se estaban produciendo los movimientos contraculturales (Ibid. 82-108). Bertens señala que no será sino hasta principios de la década de los 80 cuando la condición postmoderna comienza a formar parte de las preocupaciones teóricas de los filósofos, con lo que “Entre 1981 y 1984 el postmodernismo se torna un concepto indispensable para las teorías de la contemporaneidad …”, cuando autores como Habermas, Lyotard y Baudrillard “sitúan definitivamente al postmodernismo y a la postmodernidad sobre el mapa de las teorías” (Ibid. 111). De esta manera estaría fraguándose la incursión de la postmodernidad no solo como teoría en si, sino que, paradójicamente, llega a formar parte de las inquietudes de los sectores que otrora fueron objeto de la critica postmoderna, aunque, concluye Bertens, la postmodernidad redescubre que el conocimiento no puede pensarse hecho sino en constante elaboración, idea que habrá de repercutir en las diversas esferas de acción humana.
En ese sentido, la postmodernidad adquiriría, pese a las dificultades para su prístina definición, un carácter de revuelta sobre los estatutos de la cosmovision racionalista de la modernidad y, por lo tanto, tendría su propio estatuto. Sin embargo Britto (1994) ha señalado que la postmodernidad “…fue el asalto de las contraculturas contra la racionalidad unilateral y totalizante de las naciones imperiales” (Pag.178). esta postmodernidad contracultural, critica de los sistemas represores, habría sido desplazada, según Britto, por otra postmodernidad de raigambre hegemónico, que viene desde arriba, pierde su carácter insurreccional y tiende a universalizar por medio del mensaje “… las lógicas inhumanas del universo según la traducción que de ellas hace el poder” (Ibid). Es decir, mucho de la “verdadera” postmodernidad, al juicio del autor, se pierde en cuanto los movimientos contraculturales que la caracterizarían fueron absorbidos por los intereses hegemónicos que la revisten de transparencia y relativismo: “De allí la proclamación de un mensaje de la muerte de las ideologías, la desafiliación de toda lealtad, la relativización de todo código, salvo el del “saber computerizado” y el de la cotización del mercado” (Pág. 178). De tal guisa vera la luz una cosmovision con matices particulares, tributaria de muchos aspectos del pasado en amalgama con otros coetáneos.
La cosmovision postmoderna presenta algunas características distintivas que, como ya se dijo con Bertens (1995) y con Britto (1994) tendrían su origen en movimientos antimodernistas o contraculturales, a lo cual con Roa (1995) se agrega que la distinción de la postmodernidad será su escepticismo respecto al conjunto de cambios acaecidos, los cuales no han generado mejorías en la condición humana y que en ultima instancia, “…es un movimiento surgido espontáneamente y en ningún caso venido de grandes teóricos (…). Las obras de los autores que se ocupan de la postmodernidad tratan de definirla, interpretarle, diferenciarla, pero no son sus propulsoras ni tampoco sus creadoras” (Roa, 1995: 55). No obstante, la postmodernidad seria portadora de contenidos que pueden ser reseñados como constitutivos suyos y que pueden darle el lugar de una cosmovision diferente.
Habrá un nihilismo fundante del escepticismo postmoderno que irradia hacia otros terrenos de esta visión contemporánea del mundo. Así, Britto apunta que “Como en el caso del discurso nihilista de los cínicos, el referente del discurso postmoderno es un cosmos impersonal, no antropocéntrico…” (1994: 179); discurso cuyas pretensiones apuntan a recoger total y universalmente la existencia humana. Este nihilismo implicaría ausencia de credo, falta de compromiso y tal apertura a la vertiginosidad del cambio. En este reino de la nada, dirá Britto, la única lealtad es impuesta por contratos donde la situación contractual se constituye en un fin. Para Roa (1995) este nihilismo tendría por asiento la fatiga respecto a las posiciones optimistas de antaño: no hay compromiso con las utopías y solo la inmediatez convoca la certeza; el autor aporta la siguiente frase popular: “!No estoy ahí con nada; no pesco nada, nada me toca, no estoy ni ahí!” (Pág. 55). De ese nihilismo fundante se sigue lo que Britto (1994) llama la muerte de la razón donde la episteme moderna salta hecha añicos, pues la postmodernidad comienza a dudar de ella y se presenta como postracionalidad. Se podría distinguir, empero, que el nihilismo epistemologico ataca la unilateralidad de la razón que pretende imponerse como única verdad posible, e intenta traer aquellas dimensiones desdeñadas por le lógica hegemónica que forman parte de la realidad percibida. Inclusive, la muerte de la razón como critica a los sistemas de pensamiento hegemónicos podría redundar en lo que Roa (1995) señala como “Percepción de la realidad en superficie, donde el limite de todo aparece difuminado sin que preocupe demasiado la precisión de áreas de conocimiento, de profundización o de acción” (Pág. 42); si se quiere incluso a un desapego por la concepción histórica de la humanidad.
Negada la razón y puesto en duda el sujeto que la piensa, el devenir de ambos desde la perspectiva histórica carecerá de sentido: “La critica posmoderna de la historia puede revestir al menos tres significados: 1) negación de una lógica en los procesos históricos; 2) negación de la idea de progreso, y 3) doctrina del “fin de la historia” en el sentido de afirmar que el cambio social y político se ha detenido” (Britto, 1994: 183). Este señalamiento conlleva una critica al progreso, una refutación al futuro y el sinsentido del devenir humano, con lo que la salida consiste en detener todo en el presente, en un presente eterno en el cual los ideólogos de la postmodernidad ni siquiera deberían preocuparse por buscar los fundamentos de esta en las épocas anteriores pues “… la naturaleza impersonal (que preconiza la postmodernidad) no puede querer un cierto destino histórico”(Ibid. 185). De esta forma se perpetua el presente inmunizándolo contra el futuro, dirá Britto. Con esto se asiste al reino de la inmediatez.
Se agrega la caída en desgracia de los metarrelatos para la postmodernidad, en cuanto narrativas de efecto connotativo y prescriptivo, que sustentan sistemas religiosos, morales, nacionalistas, estéticos, éticos, políticos. Estos llegan a ser suplidos según Britto (1994) por el saber informatizado que determina la transmisión del mensaje a un código basado en la tecnología y su efecto cuantitativo; el sujeto deja de ser propietario de la razón y los metarrelatos pasan al lugar del puro lenguaje, ante los cuales ya será posible la incredulidad. Mucho del deconstuccionismo habrá influido en este punto, sin embargo, como señala Bertens (1995) habría razón para distinguir entre un deconstruccionismo de los metarrelatos comprometido con la reconstrucción de nuevos discursos, y otro que el autor identifica con lo postmoderno, que no tendría otro objeto que la sola destrucción de los discursos que sostienen instituciones culturales, en algo que Bertens siguiendo a Norris llamara “Vandalismo intelectual” (Pág. 9). La postmodernidad privilegiaría la comunicación de exposición informativa mas cifrada en las parcialidades que en cualquier intento de elaboración universal, si se quiere, una comunicación basada en relatos lucidos. Sobre esto advierte Britto: “Pero no nos engañemos: mientras más transparente se proclama un discurso mas revela la opacidad del poder que lo emite” (Pág. 178). Todo este panorama variopinto sustentaría el hecho de la caída de las ideologías.
La estética postmoderna estaría basada en la pluralidad de las realidades, “De ahí que el arte postmoderno (...) tenga hoy como característica para validarse estéticamente el mostrar en lo íntimo un pluralismo histórico” (Roa, 1995: 47), con lo que el observador se pone en contacto con la relatividad de la producción humana a través del tiempo. Britto caracteriza la estética postmoderna en tres aspectos: “1) rechazo de los ideales de funcionalidad, racionalidad y austeridad derivados del pensamiento moderno. 2) rechazo del canon de novedad de la vanguardia y de la función crítica de las artes. 3) reapropiación ecléctica de los signos estéticos del pasado y de culturas disímiles” (1994: 190-191). El nihilismo anulador de la realidad propicia que la producción estética se base en la recuperación ecléctica de formas anteriores en una combinación que rechaza toda creación e intento de innovación.
La ciencia correspondiente a esta cosmovisión postmoderna pasa al lugar de un enunciado cuya legitimidad tiene que ver con que sean aceptados sus enunciados por los convenios que pautan las condiciones del saber en tanto forma narrativa que admite la pluralidad de los juegos de lenguaje. Así lo expresa Lyotard (1998): “El saber en general no se reduce a la ciencia, ni siquiera al conocimiento” por lo que “la ciencia sería un subconjunto de conocimientos” (Págs: 43-44) cuya aceptabilidad implica dos condiciones: que los objetos a los que hace referencia sean susceptibles de recurrencia y observación explícita, lo cual sostendría la emisión de enunciados al respecto, y que se puedan incluir tales enunciados en el lenguaje pertinente según los expertos. De esa manera, el conocimiento científico cae en la dimensión pragmática del lenguaje y en tanto juego lingüístico denotativo se distingue de los demás. Así la emisión de verdades como enunciados tendrá por referente que tal verdad se ubique dentro de los criterios sostenidos por la comunidad lingüística científica para distinguir lo cierto de lo falso. La ciencia, por lo tanto, tendrá sus propias verdades, aunque Lyotard insinúa la posibilidad de introducir novedades: “... el saber acumulado en enunciados aceptados anteriormente siempre puede ser desechado, y, a la inversa, todo nuevo enunciado, si está en contradicción con un enunciado anteriormente admitido a propósito del mismo referente, no podrá ser aceptado como válido más que si refuta el enunciado precedente por medio de argumentos y pruebas” (1998: 54-55). La acumulación de enunciados supondrá, pues, elementos de memoria y proyecto. En el juego del lenguaje científico un enunciado que pretende refutar algo de lo existente impulsará la investigación hacia una acumulación de argumentos pero siempre dentro de la ciencia, que es un lenguaje distinto de todo el saber como tal en tanto narrativa que incluye “unas competencias que exceden la determinación y la aplicación del único criterio de verdad, y que comprenden los criterios de eficiencia (cualificación técnica), de justicia y/o de dicha (sabiduría ética), de belleza sonora, cromática (sensibilidad auditiva, visual), etc.” Y continúa el autor sosteniendo que “Tomado así, el saber es lo que hace a cada uno capaz de emitir “buenos” enunciados denotativos, y también “buenos” enunciados prescriptivos, “buenos” enunciados valorativos...” (Lyotard, 1998: 44). En ese sentido la ciencia tiene su lugar aparte dentro del universo de lenguajes y, de alguna manera, su desarrollo tendría un carácter interno que, tal cual menciona Britto (1994) “No tiene por sí solo forma alguna de acción sobre lo humano” (Pág. 189).
La relación epistemológica sujeto – objeto perderás vigencia si los conocimientos son convenciones de lenguaje. El sujeto tiende a ser anulado pos los objetos que se vuelcan sobre éste y de los cuales solo es posible emitir enunciados respaldados por la recurrencia de los mismos. Debe notarse que la concepción de enunciados estará vinculado con la posibilidad de que participe de las herramientas tecnológicas de información producidas por el mismo sujeto, las cuales ahora influyen sobre él con lo que al decir de Roa (1995) “El sujeto se ha hecho inmanente al objeto, siendo difícil distinguir uno y otro, pues de repente es el sujeto el que cabalga al objeto y lo dirige, y de repente es el objeto el que cabalga al sujeto y lo maneja...” (Pág. 46). Así, lo que alguna vez se entendía por realidad empieza a diluirse dentro de esa epistemología regida por los enunciados cuya veracidad está sujeta a su aceptación en la codificación científica.
Por otra parte, Bertens (1995) menciona que de los aportes del deconstruccionismo y del movimiento posestructruralista, especialmente de este último y su idea sobre la constitución representacional del lenguaje, el sujeto de la postmodernidad pasaría a estar determinado por el otro, es decir, determinado internamente y constituido por el lenguaje. Según lo anotado más arriba, el sujeto como tal no tiene verdad alguna sino en relación con la alteridad, sea de objetos o de convenciones lingüísticas, con lo cual la subjetividad pasa a formar parte del universo discursivo y por supuesto de los códigos en que esta puede ser entendida. Algo más que se puede agregar es que al final de la certeza en la razón corresponderá el final del sujeto razonante y el advenimiento del sujeto de la incertidumbre que como tal no existe, carente de toda pretensión de autonomía, sin embargo, aparece una contradicción postmoderna pues, mientras tales movimientos culturales intentaron destronar al sujeto de la modernidad fundado en una razón unilateral presentándolo como incierto, Britto (1994) advierte que por otro lado la postmodernidad preconiza en su discurso la constitución de un “individuo” narcisista, aislacionista y egoísta de carácter supratemporal, suprahistórico y suprasocial. Por contraparte emergería, entonces, una subjetividad basada en el individuo que anclado en el presente no tendría mayores exigencias que las inmediatas, entregado, según Roa (1995) al hedonismo y a las obras basadas en le tecnología: “El hombre tecnológico no está preocupado en el pensar en sí, sino en el hacer” (Pág. 54) siendo de poco interés la realización humana, idea basada en la concepción de progreso, sino dejar pasar el tiempo despreocupadamente. Rodríguez (2000) habla de un “individuo fragmentado”, de una subjetividad obediente a lógicas múltiples y contradictorias: “En lugar de un yo integrado, tiene una pluralidad de personajes. Tampoco se aferra a nada, no tiene certezas absolutas, nada le sorprende y sus opiniones son susceptibles a modificaciones, ya que casi siempre están en la incertidumbre”. La relatividad que defiende la postmodernidad ha redundado en la exigencia de una subjetividad altamente relativa sostenida, al decir de Quesada (1998), en un mimetismo cultural.
Ya pudo verse que para Lyotard (1998) la “sabiduría ética” tendría que ver con algunas competencias que no se pueden seguir de un único criterio de verdad, y respecto a la cual hay capacidad de emitir “buenos” enunciados valorativos. La ética, en ese sentido, cae como todo otro asunto social en la dimensión del juego de lenguaje con un relativismo fundante de la competencia subjetiva de la emisión ética. De ahí que Marlasca (1997) pueda mencionar que “.. con la postmodernidad pasó la época de los absolutos. Por ello es ocioso buscar hoy in fundamento último, del tipo que sea, pues ello implicaría la aceptación de un criterio único de verdad y de valor” (Pág. 152). La precipitación de los fundamentos últimos viene al caso de una cosmovisión que preconiza la multiplicidad de realidades tras la disolución de cualquier realidad unilateral. El metarrelato que sostenía la ética se ve socavado en sus bases perdiendo vigencia para una época donde los sistemas del pensamiento son concebidos cual juegos de lenguaje: “Dentro de este clima no puede haber una ética – en el sentido tradicional- sino muchas éticas, más exactamente microéticas, según la concepción axiológica de cada quien” (Ibid.). para este autor, en la época actual se asiste a un momento plagado de crisis en los marcos del pensamiento tradicional. Por otra parte, Roa (1995) indica que desde un punto de vista pretendidamente ético “Preocupa solo la casuística, resolver en acuerdo al buen sentido o a la opinión mayoritaria cualquier situación concreta, dejando de lado el análisis de principios o de teorías” (Pág 42). De esa forma cualquier posición resultará aceptable en cuanto no hay un referente bajo el cual justificarla, lo cual, advierte el autor, no es señal de pluralismo sino ausencia de compromiso: todo da igual y los criterios éticos tan solo correspondería con las situaciones en las que se deba actuar. Roa llama a esto “éticas de bolsillo” destinadas a resolver solo en caso individual. Se habría llegado a este punto debido al paso de una ética fundada en deberes a otra cuya base son los derechos, maximizados y desligados de todo cuanto implique deber; el autor la denomina “ética del posdeber” la cual, según su criterio, no habría aún eliminado los deberes, explicando esto que la sociedad no haya periclitado hacia el caos, siendo que la tal ética de los deberes pareciera seguir desde las sombras sosteniendo el desborde de los derechos exacerbados. Esta sería una etapa llamada de la “eticidad” sin moral donde “... se dejaría de lado la discusión de los grandes principios en que se fundamenta una moral, y se llegaría a un acuerdo en la regulación de las costumbres y también de las acciones profesionales, (...) a base más bien de un mero consenso” (Roa,1995: 45). Con esta eticidad, entonces, es posible dar el nombre de “código de ética” a cualquier documento o posición de consenso referida a situaciones delimitadas, cuando ya los metarrelatos han cedido su lugar a los “buenos” enunciados valorativos correspondientes a casos recurrentes en el espacio y el tiempo; y la recurrencia introduce el carácter de la inmediatez para una eticidad apoyada en el hedonismo postmoderno: felicidad en el aquí y el ahora y consumo eficaz de fórmulas para tal felicidad. El presente y el placer se conjugan; lo demás es pura incertidumbre.

IV

El intento por establecer la relación entre la ética y la ciencia en la postmodernidad debió cruzar el camino de aclarar en primera instancia qué es la postmodernidad. Mientras por una parte puede sostenerse que tal concepto expresa la nueva forma en que la cultura hegemónica ha mutado, el eco de su mención evoca por otro lado el conjunto de movimientos contraculturales que con sus panderos y danzas anunciaban la llegada de tiempos utópicos. Pero la utopía fenece en cuanto lo “postmoderno” reviste situaciones de angustia y quietismo porque la historia aparece como pieza de museo, por lo tanto, definir la postmodernidad implica que de antemano el estudioso del fenómeno se decida por alguna de las vías planteadas por Bertens: la que lleva a la “buena” versión, la del deconstruccionismo como alternativa en donde Reich sería un postmoderno; o la de la “mala” versión donde la anulación de los sistemas no es otra cosa que una estrategia para la imposición de una cosmovisión, lugar donde ser postmoderno es tomar la cerveza cuya publicidad reza “Todo cambia”.
Pero, ¿será que la postmodernidad es incluso esa exasperante antinomia donde por una parte hay crítica y por la otra reacción?. Lo que como historia se conoce no ha tenido otra historia que esa: elementos contradictorios. Quizá por eso Nostradamus aparece tan actual como el Apocalipsis bíblico; y en las universidades, Marx se imparte rayano en la doctrina.
Y de la antinomia se pasa a la ambigüedad en lo relativo a la ética. Igualmente se pueden leer artículos en los diarios dando voces de alarma por la paulatina “pérdida de valores”, como podría decirse que la tal pérdida o, mejor dicho, decadencia, es la anhelada posibilidad de crear nuevos horizontes para la humanidad... los desordenes molestan pero no son necesariamente anuncio del fin... y, últimamente, ¿del fin de qué?.
Será algún ulterior trabajo el lugar donde se pueda sostener con mejor argumentación la relación entre postmodernidad y Psicología, pues al no ser posible con lo aquí mencionado clarificar cuál es en última instancia la Psicología postmoderna, tan solo se podría especular que las teorías fruto de rupturas paradigmáticas con los grandes sistemas fraguados hacia la primera mitad del Siglo XX, cual los casos de la psicología constructivista y el psicoanálisis lacaniano, formarían parte de la cosmovisión que permea estos primeros bostezos del Siglo XXI. No se podría descartar además aquella psicología que algunos intelectuales y muchos no intelectuales suelen llamar, por lo general muy a priori, “psicología light”. Eso sí, el rasgo de la inmediatez parece ser mucho más distinguible a vista de pájaro: cualquiera que con ojos de ave otee el panorama de la Psicología hoy percibiría cómo esta suele tener pinta de ejercicio aplicacionista en diversas áreas, es decir, a la larga, la reflexión crítica y constructiva, la investigación como verdadera producción de conocimientos sistemáticos, ocupan menor espacio que el de la aplicación, con lo cual la Psicología deviene instrumento, apéndice utilizable, paliativo, disciplina apagafuegos, taxi pirata un viernes a las 6:00 p.m bajo torrencial aguacero... llama la atención que el “eclecticismo” y el puro aplicacionismp psicológico sean una constante: ¿trabaja actualmente la Psicología en la concepción del ser humano? ¿está la investigación en ruta de producir verdaderamente nuevos conocimientos?. Un “conocimiento” que no aspire a ningún tipo de síntesis tan solo contribuye a perpetuar el panorama de las fracturas, la heterogeneidad no implica necesariamente atomización. Si así fuera, sería agregar leña al fuego en el que arde el sujeto fracturado de la postmodernidad, o sea, vandalismo intelectual al decir de Bertens.
El que haya dos formas de entender la postmodernidad podría deberse, incluso, al gusto de algunos “críticos” sociales por satanizar ciertos conceptos con los que identifican mierderos ininteligibles que no logran percibir sino con cierta incertidumbre. Aunque, claro, sería probable que haya fuerzas que en defensa de sus intereses toman para sí elementos otrora considerados opositores... de tal guisa actuó Teodosio cuando adherió el cristianismo al Sacro Imperio Romano.
La innegable sismicidad de la época actual, sea “postmoderna” o no, ha impactado la cosmovisión y pos supuesto de tal impacto no está exenta la ética. El concepto fundamental podría ser el de el nihilismo, pero, ¿qué entender por nihilismo?. Cinco supuestos: 1) el nihilismo como nirvana, esto es, en cuanto aspiración a una vida sin perturbaciones donde se descansa en la acolchada tranquilidad de la nada. 2) El nihilismo como anarquía, en el cual cualquier institución social es recusable y la ligazón humana se fundamentaría en la buena voluntad. 3) Nihilismo como recreación de nuevas situaciones, con lo que pasa a ser una vocación por la creatividad. 4) Nihilismo como destrucción, siendo acaso el paroxismo de la desesperación y la intolerancia y, por añadidura, la salida más fácil. 5) Nihilismo como antesala al Eterno Retorno, es decir, como el punto límite desde el cual se presume la cercanía de tiempos nuevos basados en viejos actos humanos.
Yo he optado por ver en el nihilismo una actitud provocadora de crisis que redundaría en la creación de nuevas posibilidades. Así en la Ética como en la Psicología. Creo que nuevas cosas están por verse que quizá nos conmuevan profundamente: La Torre de Babel..., la luna que eclipsa la percepción del orden cósmico...


Bibliografía

Bertens, H. (1995) The idea of the postmodern, a history. New York: Routledge.
Britto, L. (1994) El imperio contracultural: del rock a la postmodernidad. Caracas: Nueva Sociedad.
Cortina, A. (1994) Ética mínima. Madrid: Tecnos.
Freiría, J. (1998) Psicología básica. Buenos Aires: Biblos.
Fromm, E. (1966) Ética y Psicoanálisis. México D.F.: Fondo de cultura económica.
Lyotard, J. (1998) La condición postmoderna, informe sobre el saber. Madrid: Cátedra.
Marlasca, A. (1997) Introducción a la Ética. San José, Costa Rica: EUNED.
Quesada, R. (1998) El siglo de los totalitarismos. San José, Costa Rica: EUNED.
Reich, W. (1993) La revolución sexual. Barcelona: Planeta-Agostini.
Roa, A. (1995) Modernidad y Posmodernidad, coincidencias y diferencias fundamentales. Santiago de Chile: Andrés Bello.
Rodríguez, V. (2000) La cultura postmoderna. Documento inédito.
Ulloa, G. (2000) Conductismo: la respuesta científica al estímulo histórico. Documento inédito.

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