miércoles, 28 de julio de 2010

Nihil obstat en psicología

I

Y que tal si podemos decir con Heller y Feher (1994) que la postmodernidad es un espacio de dinámica privado – colectiva inserta en las más amplias coordenadas espaciotemporales de la Modernidad. De ser así entonces cuando hablamos de postmodernidad hemos de suponerla engendro histórico de una Modernidad hastiada de sí misma; es su síntoma: un violentísimo furor o un postrante anquilosamiento. Pero nos podemos dar el capricho de sostener que tal espacio en el espacio de la Modernidad no puede ser de ninguna manera el fin de la historia. Diríamos que lo es si aun se mantuviera incólume la eurocéntrica y anglosajona alegría por la idea del progreso lineal basado en la producción científica, pero como no es así, entonces queremos decir que la postmodernidad es un umbral, una posibilidad para el salto cualitativo en tanto nuestro tiempo ha querido ser negación de las certezas modernas de la primera mitad del siglo XX.
Si los tiempos son de violentísimo furor (¿exageramos?), será uno que mientras puja por la deconstrucción de sistemas inoperantes por servir a una antropología decimonónica, no pueden descomprometerse y renunciar a la construcción de nuevas posibilidades que, haciendo lugar para lo mejor de tiempos pasados, genere la novedad en el cielo y la tierra para las mujeres y hombres postmodernos. Precisamente, en ese sentido, las inquietudes de Heller y Feher (1994) sobre el estatuto semántico de la “post-modernidad” y de que si “... se vive como postmoderno es que no estamos viviendo en el presente, no estamos donde estamos sino “después” (Pág: 24) es injustificada si nos permitimos entender que la “postmodernidad” es un hacer en el hoy con miras al advenimiento de mejores días, de días más humanos. El postmoderno recusa algunas normas modernas porque el ser humano es capaz de adelantar épocas, con lo cual, resulta falseada la aseveración marxista de que la conciencia es un reflejo del ser social: las ideas no son en su totalidad sublimación de las relaciones materiales. Distinto a la preocupación de los autores es nuestro punto de vista: la postmodernidad es un llamado al hoy constructivo y el prefijo “post” resulta un otear en el horizonte el advenimiento de la novedad. El hoy implica la novedad.
Pero no podemos negar que haya algunos que gustando del berrinche se han conformado anquilosantes y postrantes en la postmodernidad. El quietismo, la molicie de las carnes, no son elementos exclusivos de la actualidad. Tienen que ver mucho con la posición desde la cual se asuman las probabilidades de un proyecto social, económico, religioso, científico, diferentes. Si desde el asiento de su casa el tele-espectador participa del mundo gimiendo o sonriendo según el show que vea, entonces podemos decir que he ahí al “postmoderno” neoconservadurista: de actitud y por omisión. Para el anquilosante neoconservadurismo sí hemos llegado al fin de la historia, no hay proyecto social plausible a no ser que internet lo sea. El tele-espectador (que observa de lejos) no puede comprometerse porque es un pseudonihilista de tiempo completo atenido a la inmediatez, a un empirismo recalcitrante. Este pseudonihilismo es el caldo de cultivo para lo que Quesada (1998) llamaba la cultura del gesto y que nosotros quisiéramos denominar la cultura del control remoto. Del control remoto porque niega la novedad (Choza, 1980) instalando con ello la homogenidad, el gusto por la moda – como el valor que más se repite – a contrapelo del rescate de la subjetividad. Al tele-espectador no podemos llamarlo postmoderno propiamente.
El nihilismo es la creencia en la Nada creadora que supone modos posibles para la institucionalidad. Por ejemplo, no podemos apoyar una Psicología descriptora de la subjetividad que ha encontrado principios y fines del acaecer humano. Pueden haber conceptos que intenten facultar la aprehensión de dicho acaecer, pero estos de ninguna forma pueden entenderse como verdad inobjetable. Un sistema puede ser institución siempre y cuando no sea rebasado por el acaecer de aquello que pretende regular, y por eso nuestro nihilismo debe entenderse como la apertura irracional (en respecto a la “Razón” institucional) al mundo que intuye las posibilidades imposibles: con esto podemos decir que hoy en Psicología no hay nada dicho... o mejor aún, la nada debe decirse en la psicología. Según este espíritu, la discusión sobre la morfología de la palabra “postmodernidad” y su consecuente semántica está de más. El asunto de fondo es el acaecer innombrable que nos invita a nosotros los postmodernos.
Hay además un encuentro espantoso entre la multiplicidad y el equívoco, que tiene secuelas en cómo el ser humano se vive cual individuo. La Aldea Global debería explotar hecha añicos cuando en ella encuentra su lugar la subjetividad Global, el pensamiento global la paz global y muchos otros globos más. Sabemos cuán vulnerables son los globos, pero también sabemos que un viaje en globo nos puede remontar a un cara a cara con el sol. Tanta sospechosa unidad genera el desahucio a la diferencia como legitimidad y preconiza el equívoco legitimador. Los paradigmas son esto último: hay un ser superhumano que todos querríamos ser: el Che Guevara de la foto en el vodka, el Gandhi del anuncio, o quizá (menos ambiciosos) una chica a todo dar. Y para darlo todo por el paradigma (¿Cuántos hay?) el ser humano se obstruye con la mimesis o el aparecer de su rostro. El equívoco será esa vía igual que muchos siguen en pos del paradigma; y adrede usamos acá la palabra paradigma para plantear desde nuestro nihilismo las imposibilidades de los susodichos en las ciencias. El equívoco legitimador propende centrípetamente a la estandarización del colectivo, pero, a esto se agrega, que no hay un solo paradigma sino varios, exigentes, tendenciosamente vocativos de la Globalidad. La mimesis obligará a la multiplicidad de personalidades en tanto habrá que ajustarse a los diversos paradigmas.
Un verdadero respeto por la diferencia ni siquiera podría plantear institucionalmente qué es el ser humano, o dicho con mayor propiedad, cómo ha de ser el ser humano. Pero el asunto no es una ausencia de manuales antropológicos: tiene que ver directamente con el dedo índice y la jaula de espejos. A la mimesis más arriba mencionada corresponde el espejo con una imagen prehecha ¿puede existir un espejo así? En el fondo la cuestión mimética es una antinomia de la concesión; el ser humano es “libre” después de una imagen que se le devuelve de la libertad, y así, podrá ser intelectual por devolución imaginaria, como revolucionario, asceta, loco, y también Psicólogo. Y el índice no será más que el imperativo de la imagen: “TÚ”, que luego es YO; el individuo habita en una jaula de espejos producto de la grosera multiplicidad de la Aldea Global generadora del dedo índice que antes hubimos llamado equívoco legitimador. El individuo concede su anonadamiento a la imagen prehecha del espejo donde todo es paz y armonía, felicidad, belleza, cariño. tanta dulzura ha de parecernos sospechosa a nosotros los postmodernos que debemos arrojarnos al vacío en pos de lo imposible y contraparadigmático. Sin embargo, en honor a la honestidad deberíamos preguntarnos ¿Cuál es nuestro espejo postmoderno?


II

Ahora siguiendo la idea de la mimesis y de la multiplicidad podemos discutir lo que en otra parte (Ulloa, 2002) hemos descrito como el “sujeto fragmentado”, que obedece a múltiples y contradictorias lógicas, sujeto posible gracias a una anulación de la subjetividad. Es precisamente cuando nos damos cuenta del peso que el mensaje (la imagen prehecha del espejo) tiene en la constitución de las subjetividades, cuando podemos pasar al entendimiento de las fracturas psíquicas desde el asedio microdiscursivo (Heller y Feher, 1994). Lo microdiscursivo remite a los mensajes diversos que en la actualidad el ser humano percibe desde diferentes medios: TV, prensa escrita, artes, documentos científicos, manuales de superación personal... la lista podría continuar pero nosotros no en ella. Cada uno de tales mensajes estaría cargado de un contenido particular (pseudonihilismo, optimismo, enajenación) que repercute en la perceptividad humana. Nosotros creemos que el ser humano no es una tabula rasa, pero el actual culto idolátrico a la información y a la aparatosidad del mensaje pretende enseñar lo contrario, de ahí que uno de los espejos desde el cual se proyecta la imagen de la credulidad contenga esta antropoconcepción de la tabula rasa. Introyectada la imagen del papel en blanco entonces la persona queda descubierta ante el aguacero microdiscursivo y la imposición de sus contenidos tendrá que ver con cuánto ellos llevan la marca del estatus verídico... es decir, cómo aparecen verdaderos.
El nihilismo, el que acá proponemos, es una posición crítica ante la aparición “verdadera” de microdiscursos opacos, y una confesión de fe ante las imposibilidades humanas que acaecen en el transcurrir de lo posible. El sujeto fracturado es presa de los microdiscursos que se erigen verdad, determinando al individuo en una vida regida por la dirección que éstos marquen. Así, es posible entender mensajes publicitarios donde se dice “XYZ es la marca de automóvil que Usted siempre ha querido tener”, bajo esa lógica. El Usted es un YO publicitario, como puede haber un YO exitoso, un YO trabajador, un YO profesional, perfectamente compatibles todos entre sí si el sujeto se abandona a poder del mensaje. Como puede notarse, cada YO tendría su rol, y siendo que la epistemología de la jaula de espejos homologa los roles a la persona, entonces la subjetividad no es más que una experiencia funcional – fragmentaria, que atenta contra la posibilidad humana de una vida holístico – autónoma.
No podríamos atrevernos a sostener una relación causal entre el asedio microdiscursivo y padecimientos actuales como el estrés (al cual se han dedicado bastante cantidad de libros y conferencias); sin embargo, hipotetizamos que existirían vínculos entre ellos al menos en lo que respecta a cómo el ser humano vive su cotidianidad: moralista y ecologista lector de diarios por la mañana, sádico masoquista conductor y trabajador por la tarde, y cínico despreocupado televidente por la noche (parábola no generalizable en su forma, quizá sí en su fondo). El paradigma de esta subjetividad fracturada es el de la aparición verdadera de un ser humano Global. Ahí es donde convergen todas las subjetividades fracturadas en busca de su totalidad: el Ser Humano Global es el absoluto de las felicidades; es el non plus ultra hedónico del consumismo, del pseudonihilismo, del optimismo, adonde la realidad concluye. Para desgracia de nosotros los mortales, el acceso a esa totalidad es mediatizado (por las “cosas” de la totalidad-que-cuestan-dinero) y siempre perecedero por la ley de la moda; con lo cual el ser humano se torna una pasión con valor de cambio. En contra de esto es que Serrano (1994) aboga por una síntesis de la vida, de la mítica, de la ética y de la razón en la postmodernidad que recupere en sus más radicales fundamentos la condición esencial del ser humano.


III

Ya podemos discutir la siguiente afirmación que encontramos en un cuaderno de apuntes nuestro:

“La postmodernidad recrea un tipo de ser humano paradigmático, respecto al cual el común de los seres se comparan y perciben su “inferioridad”. En ese sentido la Psicología postmoderna alimenta la percepción de la inferioridad para mantener su vigencia; es Psicología consumible en cuanto flotador del hombre consumido en su comunidad (común-humanidad), en su ramplonería.”

La psicología postmoderna tiene, si escucha la propuesta de Fromm (1966), ante sí un terreno fecundo en cuanto construcción de novedosas formas de entender el fenómeno humano, o, siendo atrapada en la jaula de espejos, podría degenerar en un instrumental del paradigma de la subjetividad fracturada. Detengámonos en esto último.
La anterior aseveración habla de “Psicología postmoderna” y sin definirla plantea que es un conocimiento que se autorreproduce consumible: alimenta una percepción de inferioridad proponiendo aquél ser humano Global como el ideal de la subjetividad (un ideal inalcanzable por su desapego a la realidad). No podemos concordar en que esta “Psicología” sea llamada postmoderna a secas. Le agregamos, parafraseando un conocido concepto, “Psicología postmoderna del fin del sujeto”; y lo es en cuanto presenta una subjetividad congelada y avasalladora que pretende venderse (no encontramos otro término mejor) como escape a la angustia experimentada por la multiplicidad de microdiscursos que atomizan la subjetividad sin preocuparse en su recreación novedosa. Es el viejo “conócete a ti mismo” que envían como imagen prehecha los espejos de la jaula.
En ese sentido, no pudiendo especificar casos concretos, aunque quizá muchos de los conocidos manuales de superación personal encajen aquí, solo diremos que dicha “Psicología” puede reconocerse en cuanto da pautas para la vida desapegadas del entorno individual en detrimento de una vida holístico-autónoma, erigiéndose así un nuevo microdiscurso de apariencia verdadera que como ningún otro, quizá, apunta con su dedo índice al sujeto elevándose al nivel de paradigma (boceto del modelo a seguir).
Una psicología nihilista postmoderna según la que proponemos, no solo ha de contentarse con recusar aquélla, sino que además salta al vacío de una nada donde es posible, primero, deconstruir los paradigmas enajenantes revelando cuánto de falsedad habría en ellos, y segundo, construyendo las imposibilidades que traigan la novedad humana al terreno de la psicología. Esto pues nuestro nihilismo entenderá que un paradigma estático no puede contener el acaecer humano, sin coartarlo. Si nada está hecho, si comprendemos que nada está acabado, ergo, hay que ir hacia esa nada que no es ni fin ni ausencia: es novedad y superación de los posibles que acaecen.
Siendo así, este planteamiento incluso será pasajero porque tan solo ha podido intuir una parte del devenir para exponerlo como invitación al debate, y ulterior construcción de conocimientos. Para ello es menester partir de una investigación exploratoria y explicativa desde la psicología nihilista que permita superar la interdisciplinariedad entendida como encuentro de disciplinas limitadas; pues somos del criterio que la Psicología como ciencia debe desaparecer y renovarse en la amplitud de compromiso nihilista. Será el fin de la “Psicología” y no del sujeto. De esta forma, a la conclusión de Brennan (1999) sobre la historia de la Psicología como repaso por las formas que ésta adquirió en el pensamiento occidental, respondemos con que el deconstruccionismo redundaría en una vuelta sobre principios filosóficos que llamen el retorno de un génesis con dirección diferente, acáso mucho menos occidentalizante que el derrotero lineal hasta hoy tomado por la “Psicología”.

IV

No se alarme el lector porque propongamos la desaparición de la Psicología científica: el asunto está quizá aun lejano. Pero ya podemos ir trabajando en ello.
Deberíamos empezar por plantearnos severos cuestionamientos éticos sobre la profesionalidad del psicólogo para prevenir lo que ya mencionamos algunas líneas más arriba sobre la “Psicología postmoderna del fin del sujeto”, donde el profesional adquiere estatus de gurú o de instrumento. Aún más, este ensayo debió haber comenzado con la siguiente pregunta:
“¿Qué es ser profesional?”
O esta otra:
“¿Qué implica ser un profesional en Psicología?”
Dejemos esto pendiente por un momento para echar un vistazo a algunas consideraciones sobre la ética, según nuestra forma de entenderla.
Vamos a sostener lo que con Cortina (citada por Ulloa, 2002) ya dijimos en otro lugar: que la ética en cuanto reflexión filosófica debe dar cuenta de porqué hay moral y porqué debe haberla justificándola, si es el caso, teóricamente. Entonces aquí no podríamos entender la ética profesional si no propone la reflexión en torno a lo que se le ha dado como particular para su quehacer reflexivo: el profesional; el profesional en Psicología para ser más precisos. Por lo tanto será inadmisible desde nuestra perspectiva nihilista que la “Ética” sea un manual normativo circunscrito a un determinado paradigma, y que se califiquen de “Éticos” los comportamientos adecuados al mismo. Eso caería en lo que se ha dado en llamar moral heterónoma, y, peor aún, tendría el aspecto de la microdiscursividad inmediata; “eticidad” diría Roa (citado por Ulloa, 2002). La ética habrá de ser una apertura a la discusión sobre el porqué de la acción humana hacia un proyecto inscrito en la novedad, para que sea un ejercicio dinámico y no una anquilosada justificación de lo paradigmático rebasado por el acaecer. La jutificación teórica del contraparadigma nihilista es una inicial invitación al cuestionamiento que redundaría en el otear las imposibilidades de la psicología y de quienes estemos implicados en ella, hasta el punto en el que ya, teóricamente, la “Psicología” deba desaparecer. No dudamos que la Psicología tenga sus preceptos morales que irradian hacia todo aquél reconocido como Psicólogo; ya esto lo insinuamos en nuestra alegoría de la jaula de espejos: agregamos, ahora, que las imágenes prehechas tienen moral. He ahí el problema. Si se ha prestado atención a lo que venimos diciendo entonces no será difícil comprender que la “Ética” del profesional en Psicología es uno más de esos microdiscursos y que, por lo tanto, vendría a sumarse al paradigma de la Globalidad y de la subjetividad fracturada. El profesional será uno más de eso roles que se cumplen a una determinada hora del día y en un determinado lugar: una fea mueca quizá.
No estamos proponiendo, sin embargo, el desmantelamiento a priori de los marcos morales emitidos por la imagen del profesional en Psicología; estamos abogando por que se entienda que la ética ha de partir como deconstrucción paulatina basada en el nihilismo con miras a la construcción de una nueva concepción de lo psicológico; en ese sentido, preguntamos a Fromm (1966): si la Psicología puede desvelar falso juicios Éticos, ¿Quién desvela a la Psicología?; si fuera el mismo Psicólogo ¿Qué tipo de Psicólogo sería?; y si se dijera que este autodesvelamiento no es moral ¿Porqué no podría hacerlo?
La idea nihilista del psicólogo y de la psicología supone que este autodesvelamiento es ético y será el principio del fin. Así, será posible lo impoible hasta ahora: la negación paradigmática y el advenimiento de la Nada desde donde desaparece el Psicólogo como imagen prehecha y no habrá más un modelo estático que seguir. Esto conlleva que desaparezca incluso el Psicólogo antológico (se le puede llamar erudito también) en cuanto obstinado portavoz de lo ajeno, en detrimento de su llamado a la recreación.
Pergeñemos la siguiente respuesta: el Profesional en Psicología postmoderna del fin del sujeto es puramente moral y observador de una Ética normativa, lo cual nos resulta inaceptable.

V

La exposición de ideas que hemos realizado hasta acá tuvo por cometido demotrar cómo la ética, según desde nuestra perspectiva la entendemos, es un proceso cuestionador de los paradigmas pero al mismo tiempo una serie de proposiciones. Cuestionamos y propusimos ideas (por imposibles que algunas de ella parecieran, pero, recuérdese, el nihilismo es proclive a la imposibilidad), con lo que, sin querer parecer exagerados, debemos decir que este ensayo fue un intento ético que no puede entenderse separado de nuestro anterior trabajo (Ulloa, 2002): descriptivo aquél, explicativo éste. Precisamente ahora podemos retomar las dos tesis que habíamos planteado para discutirlas:

“... es plausible sostener entonces que habría una ética correspondiente a la época que se ha dado en llamar postmodernidad y que diferiría de las éticas propuestas en épocas anteriores.” (Ulloa, 2002)

lo cual no es cierto. Hay “Éticas” microdiscursivas porque, como dijimos más arriba, en la jaula de espejos cada imagen prehecha tendría una. Sin embargo es cierto si agregamos a lo ahí mencionado como ética el nihilismo; ergo, nuestra ética nihilista no solo será diferente, sino que asumiría el cuestionamiento de toda institución ya rebasada por el acaecer humano. Cuando se habla en diversos círculos y se escribe sobre la llamada crisis de la postmodernidad, resulta evidente eso que hemos venido mencionando: la crisis es la señal de que lo acaecido rebasa todo lo institucional: normativas, modelos científicos, doctrinas religiosas... Acaercer es un concepto que hemos empleado aquí para hacer referencia a lo innombrable que sucediendo en diversos niveles de la dimensión nouménica conmueve los esquemas apriorísticos fenoménicos. En ese sentido las “épocas anteriores”, sus categorías (Psicología y Profesional son dos de ellas), ya no solo son diferentes sino insuficientes para aprehender los radicales de la postmodernidad. De ahí que nuestro nihilismo sea un proyecto en cuanto no puede estar sotenido por esas bases, aunque parte de ellas deconstruyéndolas propiciando el advenimiento de la novedad.
La otra tesis:

“Luego, si hay una Ética que se podría denominar postmoderna, esta permeará la perspectiva que sobre el ser humano va imbricándose en las actuales corrientes psicológicas, es decir, en lo que se entiende ahora por Psicología.” (Ulloa, 2002)

Eso puede aceptarse en cuanto, insistimos, se trate de una ética postmoderna nihilista, pues en siendo “postmoderna” del fin del sujeto y tan solo contribuyente con su microdiscursividad a perpetuar la subjetividad fracturada, la tesis se sostiene pero señala algo inaceptable para nosotros. Siendo así, no basta con que ambas tesis hagan señalamientos descriptivos: debemos asumir una posición ante tales aseveraciones. Es inútil saber que en el paradigma de la subjetividad fracturada puedan haber Éticas y Psicologías si no nos proponemos discutirlas y condenarlas a morir. Abstenernos de actuar así nos ubicaría en el cómodo asiento del tele-espectador, lo cual no coincide con nuestro nihilismo.
A manera de preámbulo (que tal es en realidad todo este parágrafo) concluimos que en la ética la Nada está por decirse, lo mismo en la psicología, de ahí el horizonte azul que en una eclosión de pensamientos se pone al alcance de nuestro navío absurdo: psicología: tratado de la Psique. Cuando se defina en el ártico teórico de la Ciencia moderna qué es la Psique entonces habrá llegado el fin... Mientras tanto, el génesis vuelve y revuelve las cosmovisiones lineales haciéndolas sucumbir.




Bibliografía

Brennan, J. (1999) Historia y Sistemas de la Psicología. México DF: Prentice Hall.

Choza, J. (1980) La amenaza de aburrimiento; en: La supresión del pudor y otros ensayos. Bilbao: EUNSA.

Fromm, E. (1966) Ética y Psicoanálisis. México DF: Fondo de Cultura Económica.

Heller, A. y Feher, F. (1994) Políticas de la postmodernidad. Barcelona: Península.

Quesada, R. (1998) El siglo de los Totalitarismos. San José, Costa Rica: EUNED.

Serrano, A. (1994) El doble rostro de la postmodernidad. San José, Costa Rica: CSUCA.

Ulloa, G. (2002) Postmodernidad: ¿principio, enajenación o fin? Inédito.

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